Los tiburones aparecieron por primera vez en los registros fósiles hace casi 400 millones de años, mucho antes de que los dinosaurios o los primeros árboles echaran raíces. En la actualidad, la ciencia conoce más de mil especies de tiburones y rayas, y cada año se hacen nuevos descubrimientos. Su notable longevidad y diversidad son testimonio de un linaje finamente adaptado a la vida en los océanos del mundo.
Campeones del almacenamiento costero de carbono
Los tiburones costeros desempeñan un papel a menudo ignorado en la conservación de lo que los científicos llaman carbono azul, los gases de efecto invernadero capturados y almacenados por las plantas marinas. Cuando los tiburones cazan tortugas marinas o peces que se alimentan de pastos marinos y algas, ayudan a que estas praderas submarinas se mantengan sanas. Las praderas marinas sanas pueden capturar carbono hasta treinta y cinco veces más rápido que las selvas tropicales y almacenarlo en los sedimentos durante décadas.
Al limitar la presión de pastoreo de los peces herbívoros o las tortugas marinas, los tiburones impulsan indirectamente la productividad de las praderas marinas y los bosques de algas. Este proceso no sólo favorece la resiliencia costera frente a la subida del nivel del mar, sino que también ayuda a mitigar el cambio climático al mantener vastas reservas de carbono enterradas de forma segura bajo las olas.
Un esqueleto hecho de cartílago
Los tiburones se diferencian de la mayoría de los peces en algo fundamental: no tienen huesos. Su esqueleto está formado por cartílago, un tejido fuerte y flexible que les confiere su agilidad característica y les ayuda a flotar en el agua. Esta estructura ligera reduce la energía que necesitan para nadar largas distancias y les permite realizar giros rápidos y eficaces.
A medida que algunos tiburones envejecen, los depósitos de calcio pueden endurecer parcialmente zonas como la mandíbula y las vértebras. Sin embargo, estas zonas no se fosilizan como los huesos. De hecho, la única parte de un tiburón que se fosiliza de forma fiable son sus dientes. Hechos de dentina y recubiertos de esmalte duro, los dientes de tiburón son densos y duraderos, lo que los convierte en el rastro más común de antiguos tiburones en el registro fósil.
Estos dientes fosilizados ofrecen a los científicos una valiosa información sobre la evolución y el comportamiento de los tiburones, y permiten hacerse una idea de los ecosistemas marinos que existieron hace cientos de millones de años. Así, mientras el resto de un tiburón puede desaparecer con el tiempo, sus dientes permanecen como un legado perdurable de este antiguo depredador.
La historia que cuentan sus dientes
Desde el momento en que nacen, los tiburones llevan hileras de dientes listos para la acción. Continuamente crecen nuevos dientes para sustituir a los que pierden, lo que garantiza un suministro constante de herramientas afiladas como cuchillas. A lo largo de su vida, algunos tiburones pueden pasar por más de treinta mil dientes, y cada generación deja su huella en la arena y la piedra.
La forma de cada diente revela la dieta del tiburón. Las placas planas, parecidas a molares, trituran mariscos y crustáceos. Las puntas delgadas agarran a los peces rápidos. Los triángulos dentados cortan animales más grandes. Al examinar la forma de los dientes y sus patrones de desgaste, los científicos pueden reconstruir los comportamientos alimentarios y las funciones ecológicas tanto de las especies extinguidas como de las vivas.

Electrorrecepción bajo la superficie
Los tiburones poseen órganos especializados denominados ampollas de Lorenzini, diminutos poros agrupados alrededor del hocico, los ojos y la boca. Estas estructuras sensoriales detectan campos eléctricos generados por las contracciones musculares de otros animales y sutiles cambios en la temperatura del agua.
Esta extraordinaria capacidad permite a los tiburones localizar presas escondidas bajo la arena o al acecho en aguas oscuras. Una raya enterrada, por ejemplo, emite diminutas señales eléctricas con cada sacudida de sus músculos, señales que los tiburones pueden localizar con notable precisión.
Piel que atraviesa el agua
La piel de un tiburón parece papel de lija porque está cubierta de millones de diminutas escamas conocidas como dentículos dérmicos. Estas estructuras parecidas a dientes suavizan el flujo de agua a lo largo del cuerpo, reduciendo la resistencia y aumentando la eficacia del nado.
A medida que crecen, los tiburones mudan y reemplazan continuamente los dentículos. En algunas especies, estas escamas se agrandan lo suficiente como para servir de escudos protectores o espinas defensivas, lo que ilustra las versátiles funciones que pueden desempeñar los dentículos dérmicos.
Esta notable adaptación también ha inspirado el biomimetismo, diseños de tecnología humana que imitan las soluciones de la naturaleza. Los ingenieros han reproducido la estructura de los dentículos de los tiburones para desarrollar bañadores de alto rendimiento y superficies para embarcaciones que reducen la resistencia, aplicando la eficiencia evolutiva para resolver retos modernos.

Aletas y nado
Los tiburones dependen de cinco tipos de aletas para equilibrar la sustentación, la estabilidad y el empuje. Las aletas pectorales pareadas, situadas en la parte inferior cerca de la parte delantera, generan la sustentación que impide que el tiburón se hunda; sin embargo, no pueden utilizarse para hacer que un tiburón nade hacia atrás, como ocurre en muchos peces óseos. Directamente detrás de ellas, las aletas pélvicas pareadas estabilizan el cuerpo y evitan que el tiburón ruede mientras se desliza.
En el dorso, una o dos aletas dorsales, la más grande en el centro del cuerpo y otra más pequeña cerca de la cola, proporcionan un equilibrio crucial. Algunos tiburones llevan una aleta anal debajo del cuerpo, entre las aletas pélvica y caudal, que añade más estabilidad, aunque no todas las especies la tienen. La aleta caudal, con su lóbulo superior más grande, proporciona los poderosos golpes laterales que impulsan al tiburón hacia delante; en los tiburones zorro, este lóbulo superior puede superar la longitud del propio cuerpo del tiburón.

Mantenerse a flote y fuerte
Los tiburones no tienen vejiga natatoria, un órgano lleno de gas que ayuda a la mayoría de los peces óseos a controlar su flotabilidad. Los tiburones mantienen la flotabilidad gracias a tres características clave: un esqueleto cartilaginoso ligero, la sustentación producida por sus aletas móviles y unos hígados ricos en aceite que pueden suponer hasta el veinticinco por ciento de su peso corporal. Estas adaptaciones permiten a los tiburones dedicar menos energía a mantenerse a flote y más a recorrer largas distancias.
Su sistema muscular también permite diversas estrategias de natación. Las fibras musculares rojas, alimentadas por las grasas almacenadas, permiten una navegación sostenida, mientras que las fibras musculares blancas, alimentadas por azúcares, proporcionan repentinos estallidos de velocidad para capturar presas o evadir amenazas. Este doble sistema permite a los tiburones patrullar el océano con resistencia y agilidad.
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